martes, 13 de octubre de 2009

Más sobre Julia

La última vez que lo vio estaba sentada en su mesa cerca a la ventana. Afuera la calle era una tela opaca y ella no dejaba de mirarlo. Pidió un café –sin azúcar gracias- y alguna masa blanca que no alcanzaba a identificar. Su amor por él era un caos, una tormenta desesperada, un lugar apretado, una canción en el viejo tocadiscos a las 5 de la tarde. Él nunca lo supo, pero todas las mañanas instalaba allí su puesto de observación – las defensas eran su fuerte- pedía algo que apenas probaba y se preparaba para levantarse y caminar hasta su mesa. Te acuerdas de mí o el otro día estuve pensando en decirte algo o me gustaría o quisiera o tal vez o nada. Y entonces sus pies se volvían ramas enredadas, piedras pesadas, anclas con miedo, y se quedaba sentada con la mirada inclinada y las manos frías.

Cuando él se iba, siempre tenía la esperanza de volverlo a intentar al día siguiente, hasta que no hubo día siguiente. Julia llegó muy temprano para tomar posición. Pidió un té, una galleta de avena y se sentó. Esa mañana el tiempo estaba vestido de hojas amarillas que se desprendían con prisa de los árboles. Corrían para llegar primero al suelo, entre caminos trazados por el aire, el humo –del tabaco del señor de gabardina, de los autos tosiendo en el semáforo- y los alientos de los caminantes – algunos frescos, otros aletargados, otros con sabor a noche de pesadillas-. Empezaba el otoño y la primera hoja que llegó a la calle fue la primera en ser pisada por unas botas largas número 35. Las demás, como los seres humanos, se dirigían también a un destino frágil y fatal.
Una hora más tarde, con las manos todavía frías y media galleta en la servilleta, Julia se levantó y salió de la cafetería. Dos días después, con la certeza de su permanente ausencia, decidió no regresar. Era tarde para arrepentirse de no haber cruzado hasta su mesa pero se arrepintió. Era tarde para lamentar su falta de valor, pero lo lamentó. Ese día derrumbó las barricadas y abandonó su puesto de observación. En la tarde llamó a su papá para aceptar la invitación de volver a la casa en la que pasó su niñez para el aniversario de los abuelos. Todavía estaba segura de no querer volver, pero un dolor conocido era mejor que uno por conocer. Y así, por una razón que no comprendió en ese momento, había confirmado su regreso – sólo por el fin de semana.

12 comentarios:

eva lluvia dijo...

parece que el camino de julia es el regreso, aunque en principio sólo sea para un fin de semana...

?

besos!

Anónimo dijo...

Cómo me gusta esto!!!... debo ser yo, pero sigo sientièndome identificada, les debe pasar a todas! Pasa con los grandes textos!
Saludos! = )

Marina Agra dijo...

qué triste eso de volver por no arriesgar. porque volver puede ser hermoso, siempre y cuando se decida el camino. bah, al menos eso creo yo. muy lindo relato.

Verònica dijo...

cuàntas veces vivimos a destiempo... el precio de las consecuencias a menudo es alto, quizàs lo bueno sea, aunque tenga sabor a poco que se aprende de ello...
la vida, el estancamiento... o los giros y las sorpresas, ud elige!!!...

ABRAZOS HILADOS...

Vero.

Wycherly dijo...

Mas vale malo por conocido que bueno por conocer!

a resguardarse!

saludos

BEATRIZ dijo...

Pueden suceder dos cosas: que una vez estando allí se convenza de permanecer, o que decidida regrese por él, pero ya aceptando que vivirá en caos, ninguna es fácil, sin embargo hay una tercer salida, que esta visita de fin de semana la reconcilie consigo misma y sea un nuevo comienzo.

Exquisita nostalgia.

Saludos Jorge.

Sauze dijo...

QUizá ese puesto de observación fue el aprendizaje para regresar...
Quizá ahora tan sólo mire hacia atrás... sin otros propósitos.. la espera siempre queda.
besoss.

Clarice Baricco dijo...

Oh...se siente.

Ya extrañaba mucho tus relatos.

Abrazos.

ShaO dijo...

La única manera de avanzar es dando pasos... y preferiblemente hacia adelante. Precioso el escrito.
Un parapeto de abrazotes

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

¡Esta Julia y su timidez!...¿O fue cobardía?

La canción ÓLEO DE MUJER CON SOMBRERO de Silvio Rodríguez habla con dureza sobre esto: "los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar". Me parece que en la vida hay que jugarse por los dolores por conocer antes que por las penas conocidas.

PIZARR dijo...

Prefiero siempre arriesgarme y volver a sufrir, antes de penar una vida por no haberlo hecho. Pero a veces es muy complicado dar algunos pasos.

Cuanto me gustan tus retazos de vida Jorge... consigues que sea ese pie del 35 pisando hojas y esa Julia tímida que no se atreve a levantar sus raíces de esa mesa en la que vive sus amores en silencio.

Un abrazo y gracias por tus palabras

pati dijo...

Somos muchas -y muchos- los que nos identificamos con Julia y eso es porque todos hemos sido alguna vez ese alguien que espera, ese alguien que observa o simplemente ese alguien que teme. En definitiva: seres humanos que se dirigen a un destino...

No sé cómo decirte y/o expresarte lo mucho que me gusta leerte... Tus textos están cargados de una sensibilidad extrema.

Gracias ;)

Besos :)