Conversaciones

Ahora puedo imaginar que estoy frente a ustedes. Nos tomamos un café o un mate o un brandy, lo que prefieran. Puedo imaginar que les digo que estoy cansado, que mi fortaleza está delgada y que no tengo mucho más que decir. Seguro me mirarían con ojos de asombro o de comprensión o de preguntas. Y si tuviera que seguir la conversación continuaría hablando, con la voz temblorosa y apagada, de las escenas repetidas, de las mismas consecuencias, del mismo dolor que no se cómo explicar. Ya sólo queda ese dolor, ni siquiera la molestia está, no sirve para nada.

Estoy cansado, creo que ya lo dije, pero es que estoy muy cansado. Tengo claro que también ha sido mi responsabilidad pero pensé que ahora teníamos un acuerdo. Creo que no. Si estuviera con ustedes haría una pausa para mirarlos, para recoger las impresiones de sus labios y de sus manos abriendo surcos en el aire. Y les diría que no quiero hablar más, que me agotan las palabras, sobre todo las que se estrellan contra los muros, las que me hacen sentir ridículo y tan intenso. Las inservibles.

Ahora estoy mirándome en un espejo que me muestra todo lo que he dejado de ser, todos los eternos retornos. Me siento muy triste, pero intento una pequeña sonrisa para decirles que es bueno que estén aquí. Sigamos hablando un rato.