lunes, 21 de enero de 2008

Esa mañana, antes de abrir los ojos, sabía que ella ya no estaba. Las arrugas de la sábana todavía permanecían intactas. Evidencias de un amor nocturno, de un aterrizaje por instrumentos en un cielo oscuro y lluvioso. Lo primero que hizo al levantarse fue abrir la ventana para comprobar que podía respirar sin ella; si pudo. Después se asomó al espejo para comprobar que podía sonreír sin ella; no pudo.

Recogió los pasos desde la cama hasta la entrada de la casa, la escalera con sus gritos tristes; el plato de comida aún sobre la mesa del comedor; los libros mal guardados en la biblioteca; el tapete doblado en la misma esquina y con las mismas huellas de arena, imborrables e infinitas; el último beso cerca de la ventana, las cortinas desde entonces cerradas. Se olvido de los zapatos sucios recostados en la puerta del jardín.

Recordó las palabras que había dejado salir sin precaución. ¡Tantos arrepentimientos tardíos! Recordó también los trazos de las manos en la orilla de su piel, esos murmullos que no se callan más que con la muerte. Tuvo, entonces, la sensación de estar viviendo la vida de los otros, de los extraños que encontraba todos los días en la calle, esas vidas ajenas en las que se repiten una y otra vez los retazos de las historias. El retorno de lo previsible y la espera porque seguro que esto tiene solución. Nunca la tiene.

La última noche se convirtió en un recorrido lento y ansioso por las viejas imágenes, el camino que se quedó atrás. Los olores inconfundibles, los pinos alrededor del lago, la memoria que sana pero no olvida. Mercedes es de esas personas que aparecen sin ser invitadas y luego, contra los pronósticos, permanecen porque se vuelven necesarias. Ese podría ser un pretexto si no tuviera la certeza que era esa precisamente la causa de la decisión.

Bajó la escalera con cuidado y sin ganas. Eran exactamente 15 escalones. Los contó desde su primera visita a la casa, como parte de un ritual que no termina; para ganar la batalla lo primero es controlar el terreno. En este caso el terreno era la escalera; en todos los casos la batalla es la vida.

Primer escalón: el día que la conoció no fue capaz de mirarla a los ojos.

Segundo escalón: te conozco pero no te recuerdo. Mentira.

Tercer escalón: el olor de sus manos le recordaba a una mañana en el campo, su cuello era un refugio para las tormentas.

Cuarto escalón: esa tarde, frente al café de su hermano, por fin la miró; ella miraba hacia otro lado.

Quinto escalón: las gotas caen, ligeras algunas, pesadas las demás, sobre el borde de metal que se asoma cerca de la ventana.

Sexto escalón: la primera vez que caminó por esa escalera contó los pasos.

Séptimo escalón: de tantas veces que volvió a la casa de Mercedes, en una se olvidó de contar los escalones. Al día siguiente se mudó con ella.

Octavo escalón: una mañana sentado en la cocina; Mercedes, trenza delgada sobre su frente, sentada en el butaquito pálido, descalza. El sonido de la cafetera.

Noveno escalón: el recorrido por el jardín, disculpa para viajes interminables de los que todavía no regresan. Cuando vuelvan ya no se van a encontrar pero entonces no lo sabían.

Décimo escalón: los mapas de las estrellas pegados sobre los espejos, y el telescopio asomado en la ventana. Después de algunos meses se aprendió casi todos los nombres.

Decimoprimer escalón: tres de la mañana (o de la tarde), lo importante entonces era que ella no estaba. Era su casa pero decidió irse, una mañana después del desayuno, decide qué vas a hacer con la casa. No fue necesario pensar en eso, una semana después regresó.

Decimosegundo escalón: subir con los ojos cerrados, las manos abiertas y Mercedes respirando sobre mi cuello. ¡Cómo se extraña la respiración de quien se ha ido!

Decimotercer escalón: el olor de la leña ardiendo en la chimenea, algunos hilos de humo que se escapan por las rendijas, Book of days al volumen de Mercedes y las manos que no se buscan porque ya saben el camino.

Decimocuarto escalón: mirando por la ventana y ella me mira.

Decimoquinto escalón: la última noche. Y ahora yo.

Al final de la escalera el silencio. De nuevo las palabras que pensó que era mejor no decir; arrepentirse es una buena manera de morir lentamente. Y también el miedo. Su miedo era Mercedes. Siempre lo fue pero nunca lo reconoció, aunque estaba seguro que ella lo tenía claro desde el comienzo. Ahora pensaba, después de tantos años, que su historia tenía mucho de predecible, como todas.

Antes del atardecer Miguel salió de la casa, mirando al suelo como la primera vez que la vio. Cerró la puerta y se fue. Sobre la cama, todavía las arrugas estaban intactas.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Jamás sentí bajar las escaleras de tan buen modo, me encantó

saludos

Anónimo dijo...

Me encanta la figura del escalón... Abrazo!!!!!

Conciencia Personal dijo...

Bien logrado la trama y con juego de palabras poéticas...sólo faltó el título, es lo menos importante.

saludo grande.

Celina Bigdance dijo...

Hola Jorge, primero gracias por tu visita, siempre es un placer encontrar gente nueva leyendo lo que publico. En este caso te tocó leer algo de uno de mis poetas favoritos, pocas veces publico cosas que no son mias pero esta vez bien lo valía...

Ahora, sobre tu cuento, solo puedo decir que lograste crear en mi cabeza tantas imágenes que los ojos se me llenaron de agua, puedo culpar a la melancolía que se adjudicó una recamara de mi casa y está tan cómoda que no se quiere ir... pero pienso que la verdadera razón es que eres un muy buen narrador. Hermosas palabras para tanto dolor.

Ojalá te tenga de vuelta en mi humilde espacio, seuro tú me tendrás por aquí :)

Un beso grande.

Sandra Becerril dijo...

Ahhh me sentí melancólica... pero me gustó a la vez...

besos

Jorge Arce dijo...

Itaa: Gracias por acompañarme a bajar las escaleras

Ariadna: Te devuelvo el abrazo... gracias por mantenerte en contacto

Conciencia personal ¿Qué título le pondrías tú? Un abrazo

Ilusionhada: gracias a ti por tu visita, te espero de nuevo. Por supuesto iré a visitarte. Me gusta lo que haces...

Sandra: esa melancolía es inevitable, hace parte de... !que bueno tenerte por aquí! Otros besos para ti

Ana dijo...

Me acabo de quedar gilipollas con esos primeros escalones que citaste. Si por poco se me sale el corazón y lo planto aquí encima del teclado.
No es broma, no sé ni lo que puedo decir, sentí, sin más ni menos.

Alejandra dijo...

Pude el pasillo, las escaleras, las arrugas de la cama, sintiendome Mercedes, sintiendome Miguel. ¿Pq eso de dejar y ser dejado, no se juega en vicerversa?

=) gracias por teletransportarme a 15 escalones.

Sigo por aquí

Verónica E. Díaz M. dijo...

Los dos sabìan que iba a pasar al final de la escalera... Pero al principio uno decide...

Un abrazo

Jorge Arce dijo...

Ana: me quedo tambien sin palabras Un abrazo

Alejandra: gracias a ti por acompañarme

Veronika: siempre tenemos esa oportunidad de decidir, aunque a veces no la usamos bien. Otro abrazo para ti

Anónimo dijo...

Un texto tristemente bello, melancólico y lleno de historia.

Un amor que sube y está en alza, una amor que baja y desciende sin pausa, un amor que dejó arrugas en la cama.

"Perderte en el último escalón" Así lo titularía yo.

Besos tiernos y dulces.


** MARÍA **

Marie dijo...

Me gustó mucho este relato.
También disfruté de las series de Rayuela, que es, por cierto, una de mis novelas preferidas.

Abrazos.