Apartamento de Verónica. Siete de la noche. Olor a orégano en la cocina. Las gotas de lluvia se estrellan contra la ventana en un intento desesperado por buscar refugio. Alicia está sentada cerca a la ventana, lugar privilegiado para una ansiedad atravesada en la cintura. La imagen de su profesor de literatura medieval en el borde de la servilleta.
Miguel sale de la cocina con la última bandeja. El sonido de la puerta le recuerda las ruedas de un triciclo viejo. En su corazón reposan las tardes en las que se encontraba con ella en secreto. La bandeja con unas gotas de salsa pegadas al borde. Su dedo. Un poco de espacio sobre la mesa. Ella era algo así como la confirmación de todo lo que ya no podía ser, era la condensación de lo perdido. Siempre se pierde algo. Se sentó. La mesa redonda permitía una especie de efecto tranquilizador y a su vez un enfrentamiento claro con los espejos en los que se habían convertido los otros.
A su derecha Pablo, a su izquierda Adelaida. Acercó su mano a la copa. Se arrepintió cuando observó que ninguno lo había hecho. Prefería una cerveza negra pero tenía claro que en el apartamento de Laura no iba a encontrar más que vino y tal vez alguna botellita de Ginebra. Laura se sentó, la estaban esperando, despúes Verónica. La ramas de laurel sobresalen entre el mar de salsa casi blanca casi amarilla sobre la que se extienden los cuadrados de queso y ternera. El olor viaja en la nube de aire caliente que se expande dentro de la nariz. Cosquillas, respiración profunda. Un poco de crema de leche, un ligero baño de vino, mucha albahaca molida.
Miguel sale de la cocina con la última bandeja. El sonido de la puerta le recuerda las ruedas de un triciclo viejo. En su corazón reposan las tardes en las que se encontraba con ella en secreto. La bandeja con unas gotas de salsa pegadas al borde. Su dedo. Un poco de espacio sobre la mesa. Ella era algo así como la confirmación de todo lo que ya no podía ser, era la condensación de lo perdido. Siempre se pierde algo. Se sentó. La mesa redonda permitía una especie de efecto tranquilizador y a su vez un enfrentamiento claro con los espejos en los que se habían convertido los otros.
A su derecha Pablo, a su izquierda Adelaida. Acercó su mano a la copa. Se arrepintió cuando observó que ninguno lo había hecho. Prefería una cerveza negra pero tenía claro que en el apartamento de Laura no iba a encontrar más que vino y tal vez alguna botellita de Ginebra. Laura se sentó, la estaban esperando, despúes Verónica. La ramas de laurel sobresalen entre el mar de salsa casi blanca casi amarilla sobre la que se extienden los cuadrados de queso y ternera. El olor viaja en la nube de aire caliente que se expande dentro de la nariz. Cosquillas, respiración profunda. Un poco de crema de leche, un ligero baño de vino, mucha albahaca molida.
2 comentarios:
Jorge? sicólogo? de Bogotá? que le gusta escribir?
Soy Juanita!!!!
Qué casualidad encontrarte así!!!!
Un abrazo enorme,
Juana
Otro saludo y te dejo mi blog por si quieres pasarte...
http://juanabanana.blogspot.com
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