Mercedes es de esas personas que aparecen sin ser invitadas y luego, contra los pronósticos, permanecen porque se vuelven necesarias. Ese podría ser un pretexto si no tuviera la certeza que era esa precisamente la causa de la decisión. La escalera de madera ligeramente desgastada tenía exactamente 15 escalones. Los contó desde su primera visita a la casa, como parte de un ritual que nunca termina; para ganar la batalla lo primero es controlar el terreno. En este caso el terreno era la escalera; en todos los casos la batalla es la vida.
Primer escalón: el día que la conoció no fue capaz de mirarla a los ojos
Segundo escalón: te conozco pero no te recuerdo. Mentira
Tercer escalón: el olor de sus manos le recordaba a una mañana en el campo, su cuello era un refugio para las tormentas
Cuarto escalón: esa tarde, frente al café de su hermano, por fin la miró; ella miraba hacia otro lado
Quinto escalón: las gotas caen, ligeras algunas, pesadas las demás, sobre el borde de metal que se asoma cerca de la ventana
Sexto escalón: la primera vez que caminó por esa escalera, contó los pasos, junto a ella. A Mercedes le pareció raro lo de contar
Séptimo escalón: de tantas veces que volvió a la casa de Mercedes, en una se olvidó de contar los escalones. Al día siguiente se mudó con ella
Octavo escalón: una mañana sentado en la cocina; Mercedes, trenza delgada sobre su frente, sentada en el butaquito pálido, descalza. El sonido de la cafetera
Noveno escalón: el recorrido por el jardín, disculpa para viajes interminables de los que todavía no regresan. Cuando vuelvan ya no se van a encontrar pero entonces no lo sabían
Décimo escalón: los mapas de las estrellas pegados sobre los espejos, y el telescopio asomado en la ventana. Después de algunos meses se aprendió casi todos los nombres
Decimoprimer escalón: tres de la mañana (o de la tarde), lo importante entonces era que ella no estaba. Era su casa pero decidió irse, una mañana después del desayuno, decide qué vas a hacer con la casa. No fue necesario pensar en eso, una semana después regresó
Decimosegundo escalón: subir con los ojos cerrados, las manos abiertas y Mercedes respirando sobre mi cuello. ¡Cómo se extraña la respiración de quien se ha ido!
Decimotercer escalón: el olor de la leña ardiendo en la chimenea, algunos hilos de humo que se escapan por las rendijas, Book of days al volumen de Mercedes y las manos que no se buscan porque ya saben el camino
Decimocuarto escalón: mirando por la ventana y ella me mira
Decimoquinto escalón: la última noche. Y ahora yo
Al final de la escalera el silencio. De nuevo las palabras que pensó que era mejor no decir; arrepentirse es una buena manera de morir lentamente. Y también el miedo. Su miedo era Mercedes. Siempre lo fue pero nunca lo reconoció, aunque estaba seguro que ella lo tenía claro desde el comienzo. Ahora pensaba, después de tantos años, que su historia tenía mucho de predecible, como todas.
Primer escalón: el día que la conoció no fue capaz de mirarla a los ojos
Segundo escalón: te conozco pero no te recuerdo. Mentira
Tercer escalón: el olor de sus manos le recordaba a una mañana en el campo, su cuello era un refugio para las tormentas
Cuarto escalón: esa tarde, frente al café de su hermano, por fin la miró; ella miraba hacia otro lado
Quinto escalón: las gotas caen, ligeras algunas, pesadas las demás, sobre el borde de metal que se asoma cerca de la ventana
Sexto escalón: la primera vez que caminó por esa escalera, contó los pasos, junto a ella. A Mercedes le pareció raro lo de contar
Séptimo escalón: de tantas veces que volvió a la casa de Mercedes, en una se olvidó de contar los escalones. Al día siguiente se mudó con ella
Octavo escalón: una mañana sentado en la cocina; Mercedes, trenza delgada sobre su frente, sentada en el butaquito pálido, descalza. El sonido de la cafetera
Noveno escalón: el recorrido por el jardín, disculpa para viajes interminables de los que todavía no regresan. Cuando vuelvan ya no se van a encontrar pero entonces no lo sabían
Décimo escalón: los mapas de las estrellas pegados sobre los espejos, y el telescopio asomado en la ventana. Después de algunos meses se aprendió casi todos los nombres
Decimoprimer escalón: tres de la mañana (o de la tarde), lo importante entonces era que ella no estaba. Era su casa pero decidió irse, una mañana después del desayuno, decide qué vas a hacer con la casa. No fue necesario pensar en eso, una semana después regresó
Decimosegundo escalón: subir con los ojos cerrados, las manos abiertas y Mercedes respirando sobre mi cuello. ¡Cómo se extraña la respiración de quien se ha ido!
Decimotercer escalón: el olor de la leña ardiendo en la chimenea, algunos hilos de humo que se escapan por las rendijas, Book of days al volumen de Mercedes y las manos que no se buscan porque ya saben el camino
Decimocuarto escalón: mirando por la ventana y ella me mira
Decimoquinto escalón: la última noche. Y ahora yo
Al final de la escalera el silencio. De nuevo las palabras que pensó que era mejor no decir; arrepentirse es una buena manera de morir lentamente. Y también el miedo. Su miedo era Mercedes. Siempre lo fue pero nunca lo reconoció, aunque estaba seguro que ella lo tenía claro desde el comienzo. Ahora pensaba, después de tantos años, que su historia tenía mucho de predecible, como todas.
Antes del atardecer Miguel salió de la casa, mirando al suelo como la primera vez que la vio. Cerró la puerta y se fue. Sobre la cama, todavía las arrugas estaban intactas.
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